6 de enero de 2018

Redención

     Música recomendada en la que me he inspirado para ambientar el relato: https://www.youtube.com/watch?v=gJ50rvySDCk

     Abro los ojos y no recuerdo nada. Estoy tendida en el suelo seco, y mis músculos se sienten entumecidos. Con brío me enderezo y me pongo en pie. Todo está gris, parece que un espeso manto de plateada niebla se expande a lo largo del horizonte; tanto que apenas veo unos metros más allá de mis zapatos. La cabeza me da vueltas, tengo la sensación de estar aturdida. Palpo mis atuendos de exploración ya ajados y reviso el contenido de la bandolera que atada llevo al hombro; está prácticamente vacía. Revuelvo el fondo, pero solo encuentro una pequeña cantimplora medio llena y una pistola acompañada de una carga de bengala de fogueo.

     Intento ubicarme en algún lugar, pero todo parece desértico, el Sol no es visible tras la neblina y mi memoria falla. Sé que vine aquí con una misión, pero mi cerebro la ha olvidado. Siento que debía encontrar algo o a alguien, pero por más que lo intento no consigo recordar. Es entonces cuando me doy la vuelta, tuerzo mi cuerpo en una dirección aleatoria y entre la espesura del aire se delinea una silueta clara, una inalcanzable luz antropomórfica. Está quieta. Pestañeo varias veces, aparto de mis ojos las legañas que se han acumulado en ellos tras el letargo y compruebo que es verídico lo que contemplo. Con la tensión de un tiroteo del oeste espero a que el ente desenfunde, a que haga un gesto o inicie un movimiento. Pasan los minutos, incluso las horas, y cuando mi vista comienza a ser difusa, pierdo el equilibrio y doy un paso adelante para evitar caer. Acto seguido la luminosa sombra ha retrocedido.

     Mi incertidumbre se acrecienta, pues ese elemento parece rehuir del contacto, y a toda costa trata de guardar una distancia continua con mi cuerpo. La amnesia aún está presente, no obstante, algo en mi interior, como un susurro del corazón, me dice que debo alcanzarla, desentrañar lo que hay mas allá del humo a mi alrededor y desenmascarar la luz que plantada de nuevo se encuentra en el horizonte. Continuo caminando hacia ella, pero parece ser vano. Por cada paso que doy, ella, la sombra, avanza otro en mi misma dirección. Es una marcha triste, nunca se encuentra el final, pero durante la travesía he descubierto que ahora el terreno que piso ha dejado de ser desértico para estar repleto de grandes rocas oscuras. 

     Escucho murmullos que provienen de ella, cánticos que aclaman que prosiga hasta llegar a la meta, hasta abrazar a ese ser de polvo. Tomo un trago del agua de la cantimplora y ciega aún por la neblina prolongo la cacería. Me adentro en espesura vegetal, dentro de esta nube la humedad ha ascendido inevitablemente, y un frío glacial me ha inundado. Necesito entrar en calor, y corro totalmente desorientada tras ella. Con frustración e impotencia compruebo que todos mis esfuerzos son inútiles, pues cuanto más rápido cabalgo, más se aleja.

     Mi cuerpo está cansado, y me siento en la fina capa de nieve a recuperar el aliento. En la distancia algo nuevo aparece. Allá, a lo lejos, veo claros como la luna unos ojos amarillos que me acechan bien abiertos. No dudo en extraer del bolso la pistola y la bengala, y apuntando hacia aquello que me escruta con la mirada, sostengo con miedo el gatillo en mis manos. Se escuchan gruñidos, algo feroz, pero mi espíritu me habla e inconscientemente bajo el arma y desfallezco de nuevo. 

     Al despertar, con mi ropa totalmente rasgada, noto la falta de estatismo y el exceso de movimiento. Desconozco que está ocurriendo, mas no son mis piernas las que provocan la velocidad. Es entonces cuando mi mirada me revela que cuatro patas, apenas visibles por la marcha, son las que cabalgan ahora tras la niebla. Y a lomos de una loba blanca acorto terreno tras aquella sombra que aún se escurre de mi tacto. Lanzo al aire un par de maldiciones, desquitando mi ira, y es mi alma salvaje la que engulle el temor y corre brava tras esa endemoniada figura. 

     Sorteamos grandes precipicios y coronamos escarpadas montañas en la complicada encrucijada. Mi mente no para de dar vueltas sobre qué sera ella, y si tras esta eterna pérdida me mostrará el camino de vuelta a casa y las respuestas que necesito. Alejándome del hogar presiento que mis ganas de arrancar cada pedazo de tierra crecen, y con ímpetu indomable rastreo la silueta que mi ser tanto ansía. 

     Tras horas de trote la loba para en seco, y el ente luminoso penetra en una cueva. La entrada es abismal, gigante, pero así lo es también mi valentía, y sin dudarlo un momento me bajo del lomo del animal y me adentro en la oscuridad de la caverna. Sin saber donde pongo mis pies, acorralo a ella cada vez con mayor profundidad en la madriguera, que pronto llegará a su fin. Traspaso terrenos enfangados y pierdo mis botas para salvarme el pellejo y averiguar la compleja entramada que aquí encuentro. 

     Hemos llegado a una amplia recámara en la gruta de colosales dimensiones, donde incluso puedo escuchar el sonido de mis pestañeos. Furiosa veo al final de la habitación la luminiscencia antropomórfica, y desato un terrible aullido de victoria. Pero de repente todo el sonido comienza a retumbar, y al mismo tiempo mi cerebro despierta. Llegan a mi mente ecos del pasado, la reminiscencia de todo lo oscuro que me había perseguido antes de perder la memoria. Recuerdos, monstruos sincronizados de antaño que acosaban y taladraban con ahínco mi sosiego, evocación de momentos de sumida tristeza y de locura transitoria. 

     Voy a estallar, mi complejo sistema va a colapsar con la sobrecarga de sentimientos y remembranza. Entre gritos interiores hurgo con dificultad en mi bandolera y de ella extraigo ya cargada la bengala de fogueo. Me aproximo como puedo al resplandor que llevo siguiendo tanto tiempo, que ahora camina en mi dirección, y cuando estoy a unos pasos de ella, apuntando directamente a su cabeza, disparo. Y todo se inunda de luz.

     La bengala verde rebota y cae tras mis espaldas con un sonido seco. La sombra desaparece y se disipa cuando de un fulgor esperanza se inunda la sala. Absorta e incrédula confirmo que, a pesar de mi cercanía a ella, he fallado el disparo. Pero es en ese instante, lleno de color, donde mis pensamientos se esclarecen y observo el gran espejo de cristal que se yergue frente a mi cuerpo a lo largo de la pared de piedra. Y entre lágrimas, ante el espejo y tras el inmenso esfuerzo, comprendo que lo que tanto tiempo llevaba buscando en ella, a fin de cuentas, era yo. Que nunca hubo sombra que perseguir, que todo lo que buscaba en esta travesía era el perdón, la exploración retrospectiva, la redención de aquello que había olvidado; que, después de todo, la respuesta al enigma, al veneno de escorpión, la tenía delante de mis propias narices. Ya en un plano superior decido atravesar el cristal, y tras él la ansiada libertad del espíritu. Veo entonces el río que corre, aves, la mar y Antares.


(Créditos: "Upside Down", Laura Williams - http://laurawilliamsphotography.tumblr.com/) 

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