29 de febrero de 2016

Besos de salmuera

     Música recomendada: https://www.youtube.com/watch?v=kQ0zhsvhynw 

     Ya ha llegado a puerto, ha buscado aparcamiento y ha conectado la calefacción del coche para evitar que los cristales se empañen a causa del gélido frío. Espera unos minutos con ansias en el interior del vehículo, pero no resiste más y decide salir. Coge su abrigo y abre la puerta, cerrándola tras ella y cerrando el coche también. Guarda sus manos en los bolsillos, tratando de hacer pasar el tiempo, y para ello observa el vaho que sale de sus labios con cada bocanada de aire. Y mientras éste se dispersa en el aire ella mira al cielo infinito, sabiendo que él estará en alguna parte cerca de ella. Tan cerca que es el motivo de su visita al muelle. Él lleva tres desabridos meses en ata mar, y ella tres amargos meses de sabor café en tierra. Tras la larga espera, sus ojos volverán a mirarse fijamente, y el vacío sonoro hará presencia como cada vez que él llega. Ella aguarda unos minutos y grandes focos iluminan la noche mientras la embarcación baja el ancla y atraca de manera concluyente.

     Él piensa que por fin sentirá de nuevo la firme tierra. Ella mira los cristales de los camarotes con esperanzas de divisarlo. No surte efecto, asi que esperará a que los marineros comiencen a bajar. Él esta de pie, con su desvencijada maleta y su boina mal puesta; intenta pensar en una frase bonita que decirle, algo que alivie el brusco encuentro. Nada pasa por su cabeza, su mente sólo puede ocuparse de la presión que sufre en el pecho. Desde fuera, ella observa las primeras personas uniformadas descender y alejarse cada vez más. La angustia la carcome por dentro, aunque sabe que llegará. Él comienza a bajar a trompicones: la escalera es muy pequeña y la maleta demasiado ancha como para pasar con facilidad. Llega a tierra y su cuerpo se balancea inconscientemente, tanto tiempo en el mar ha hecho que su organismo reproduzca las oscilaciones del barco. Tras superar el efecto continúa quieto, y gira la cabeza a un lado y a otro, buscándola.

     Allí está, apoyada en la parte delantera del viejo coche, tan distraída como siempre, pero más guapa que nunca. Él sabe que al volver ella se esmera al maquillarse, es un momento especial sin duda alguna. Ella lo ve aproximarse y un nudo se forma en su garganta. Se alegra, pues él, como buen marinero, conoce como hacer y deshacer cualquier entramado. Al mismo tiempo que se despega del coche, saca las cálidas manos de los bolsillos y comienza a caminar a lo largo del pavimento. Cada vez caminan más rápido, y ambos piensan que están sobre una cinta giratoria, pues nunca llega el momento del encuentro. Después de recorrer kilómetros se encuentran a escasos centímetros, respirando aceleradamente y conteniendo las ganas de llorar. Él suelta la maleta. Ella se quita los guantes y se funden en el mas cálido de los abrazos. Es tal la liberación que no pueden reprimir las lágrimas, permitiendo emanar el agua de sus ojos y escapar algún sollozo. Antes de mirarse a las pupilas, ella comprueba la mojada zona que ha dejado en su camisa. Él la toma gentilmente de la mano. Ella comprueba que sus manos están congeladas y afirma para sus adentros que no ha utilizado los guantes. Él acerca su mano a su oreja y le dice con picardía que no está fría. Sonríen, y donde antes había tierra marchita ahora florece lo verde. En el coche apenas hablan, el impacto emocional ha sido demasiado grande y no existen palabras para expresar lo que sienten. Sin embargo, él deposita su mano en la pierna de ella mientras conduce. Y para ellos significa más que cualquier tonta conversación sobre el tiempo o los problemas en los amortiguadores del coche.

     Llegan a casa y sienten que tras meses vuelve a estar llena. Ella decide abrir el ventanal que da a la terraza, y sale a sentir la brisa nocturna mientras él coloca la maleta sobre el sillón del comedor. Considera que a estas horas de la noche está cansado y que será mejor vaciarla mañana. Se dirige a su habitación, y comprueba que ella está fuera. Camina sigilosamente con su ropa de marinero hasta el exterior, y la toma por la cintura. Ella ha sido sorprendida y comprende lo afortunada que es por tenerlo tan cerca. Los ojos de él penetran los de ella y viceversa, y, tras observarse durante un tiempo, se funden en un beso fresco de salmuera, dejando sus cuerpos a la deriva del dormitorio.


     Para Esaú y Mandy, marinero y artista.


(Artista desconocido/a, encontrado en Pinterest: Rawda Mahmoud)

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