Una vez más me recuerdo a mi misma que me queda un día menos en este horripilante trabajo, si es que esto que hago cada día y cada noche se considera un trabajo. Siento el cuerpo profanado, corrompido por los que han desembolsado su capital a cambio de sexo. La angustia, la pena y la depresión se han hecho mis compañeras de habitación estos últimos tres años. Tres años, me repito para mis adentros. Que lento pasa el tiempo y la agonía. Tres años desde que él trató de enamorarme, y por supuesto que lo consiguió. Fui tonta y le quise seguir el juego. Me dijo que en su país de origen estaríamos mejor y que podríamos vivir una vida en pareja. El avión aterrizó, y cuando llegamos al hostal (el cuál se suponía que era su casa) abrió una puerta, me agarró violentamente por el brazo y me empujó hasta el interior de la habitación. Luego cerró con llave, y le grité desesperada "¿Acaso no soy tu pareja?". A lo que él contestó "No lo eres, ni lo fuiste, ahora no eres más que una puta barata.". Dichas palabras envenenaron mi ser e hicieron que pasase los dos días siguientes llorando en mi nueva celda y sin probar bocado.
Cualquier destino, incluso la muerte, hubiese sido mejor que lo que me esperaba en este lugar. Y aquí estoy, en una esquina, que es mi casa desde hace tres años. Pero hoy la ira y el arrebato se apoderan de mí. Visualizo mi teléfono móvil y sé que solo está guardado su número, pero recuerdo esos anuncios de la radio mientras ejercía mi trabajo en la planta de arriba.
Me levanto, o más bien hago que lo que queda de mi corrompido cuerpo se levante. Observo el móvil durante lo que parecen milenios y me pregunto, como en otras ocasiones, si debería hacerlo, o si quizás cuando lo intente él entre y no haya salida nunca jamás. Estoy de los nervios, pero decido coger el aparato entre mis manos. Noto cómo se acelera mi pulso y cómo mi cuerpo tiembla al ritmo de los latidos de mi corazón: desbloqueo el teléfono. De repente, oigo una serie de pasos que se aproximan hacia mi cuarto. Arrojo el móvil sobre mi ropa sucia sin lavar en un intento desesperado y repto de nuevo hacia una esquina. Aguardo unos segundos, y poco después pasa otra chica, una compañera de oficio, una de esas "parejas" de él. Debido al estrés me dan arcadas y estoy a punto de vomitarme. Pero esta vez no, esta vez lo haré. Me levanto decidida y vuelvo a sostener el móvil entre las manos. Lo desbloqueo de nuevo y comienzo a marcar el número de emergencia que he oído en la radio. Lo marco, y ahora mi cuerpo no sufre temblor alguno. Pulso el botón para llamar, espero un par de segundos y la llamada está establecida. Nuevamente, oigo pasos viniendo hacia esta caverna, cada vez más cerca, y esta vez creo que son sus pasos. En un instante pienso que en cuanto descuelguen el teléfono daré mi dirección y, aunque muera en el intento, mis compañeras podrán salvarse y su empresa de mierda se irá a pique. Siguen sin contestar, y me he vuelto a poner cardiaca. Los pasos suenan cada vez más próximos, como si fuesen los de la propia muerte. Dejo de oír las pisadas y en seguida me percato de que él ya está tras la puerta. Como siempre, busca las llaves para poder abrir. Al mismo tiempo, alguien contesta al teléfono "Hola, servicios de emergencias, ¿puedo ayudarle en algo?" Pero yo solo escucho el principio de la frase. Él ya ha colado la llave en el interior de la cerradura y escucho con el corazón en la garganta cómo se abre la puerta. Justo a tiempo, tiro el aparato sin haberlo colgado bajo mi único mueble, una pequeña cómoda. Él parece que no se ha dado cuenta, mira la habitación con asco y luego me comunica que tengo un trabajo que hacer para él. Estoy harta, y entre sollozos le suplico que no quiero trabajar. Levanta su brazo en un gesto agresivo y yo, instintivamente, me acurruco y escondo entre mis brazos. Se ríe con una risa malévola, baja el brazo y me dice con un tono amenazador "No eres más que una puta barata, muévete y ponte a trabajar", saliendo del antro y dejando la puerta abierta. De nuevo, me pongo en pie con las pocas fuerzas que tengo y hago caso omiso a lo que él me ha dicho. Me dirijo a la habitación en la que venderé mi cuerpo y, una vez más, me culpo a mi misma por ser tan débil y sumisa.
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